lunes, 23 de noviembre de 2020

EL APOLO 17



 11 de diciembre de 1972, la nave Apolo 17 llega a la Luna. Este no solo el último alunizaje registrado, sino también la última vez que se abandona la órbita baja terrestre. La nave es tripulada por el comandante Eugene A. Cernan, el piloto del módulo de mando Ronald E. Evans y el piloto del módulo lunar Harrison P. Schmitt, todos quienes conforman la misión Apolo 17, la primera en incluir a un científico.

Los principales objetivos científicos incluyen: “inspección de la geología y muestreo de materiales y características de superficie en un área preseleccionada de la región de Taurus-Littrow; despliegue y activación de experimentos de superficie; realización de experimentos en vuelo y tareas fotográficas durante la órbita lunar y el vuelo transterrestre”.

Harrison P. Schmitt obtuvo su doctorado en geología en la Universidad de Harvard en 1964. Había trabajado para el Servicio Geológico de Estados Unidos y en la Universidad de Harvard antes de realizar el entrenamiento de astronauta en 1965. Apolo 17 fue su primera misión en el espacio y él, el primer astronauta-científico en pisar la superficie de la Luna. Le acompañaba Eugene ‘Gene’ Cernan, un astronauta veterano que había viajado por primera vez al espacio con la misión Géminis IX-A en 1966 y que más tarde desempeñó la labor de piloto del módulo lunar en la misión Apolo 10 en mayo de 1969, donde llegó a estar a 140 kilómetros de la superficie lunar.

Cernan aterrizó el módulo lunar Challenger en el valle lunar Taurus-Littrow, justo al sureste de Mare Serenitatis, una región de importancia geológica en la Luna. Los planificadores de la misión esperaban que la región proporcionara una gran cantidad de datos sobre la historia de la superficie lunar. Al aterrizar, la pareja comenzó sus propias observaciones de la superficie. Los dos astronautas descargaron un vehículo lunar y comenzaron a desplegar instrumentos científicos alrededor de su lugar de aterrizaje: un paquete de experimentos y explosivos (para completar experimentos sísmicos comenzados por otras misiones Apolo en otros lugares de la Luna). Su primera excursión en el rover produjo numerosas muestras de roca lunar. Más tarde y ya instalados los sismografos, comienzan con las pruebas de explosivos y se percatan que la luna puede ser hueca, es una teoría que proviene de los datos que recogen los propios sismógrafos que se han instalado desde la misión Apolo 12 en parte de la superficie lunar. Lo que involucra que tras un impacto de un meteorito, la Luna tiembla (vibra, rebota), a la misma frecuencia que una campana. Dando a entender que debe ser hueca para producir semejante vibración.

Se produce entonces una segunda prueba de campo, hacer despegar y luego aterrizar (alunizar) de manera intencionada el módulo lunar sobre la superficie de la Luna. Cuando esto se hizo, el impacto fue el equivalente a 1 Tonelada de TNT. Los propios astronautas dijeron que la Luna resonó como una campana durante más de una hora.

Ken Johnson (Supervisor de los Datos y Fotografías de las misiones Apolo de la NASA) diría… “La Luna no solo sonó como una campana, sino que toda la Luna se tambaleó de forma tan precisa, que daba la sensación que había unos gigantescos amortiguadores hidráulicos en su interior”.

Otro descubrimiento de las mediciones, arrojó la increíble curvatura que posee la superficie lunar, lo cual también resultó inexplicable. Puesto que, no es un cuerpo redondo. Los estudios geológicos concluyeron que este satélite es prácticamente una esfera hueca. Siendo así, al día de hoy, los científicos no logran dilucidar cómo es que la Luna puede soportar esa extraña estructura sin romperse. Una explicación propuesta por los científicos rusos Vasin y Sherbakov dice que, la capa de titanio estimada es de unos 30 Km de espesor.

A lo anterior se sumó que, la misión Apolo 17 no logró dar una explicación lógica a la inmensa cantidad de cráteres de meteoritos que existen en la Luna. Pues, si bien, ésta carece de atmósfera, en comparación a la Tierra, donde la gran mayoría de los cuerpos espaciales que intentan penetrar se topan con kilómetros de atmósfera, que terminan por desintegrar al “invasor”. La Luna no tiene tal capacidad, por lo que guarda en su superficie las cicatrices de todos los meteoritos que impactaron contra ella; cráteres de todos los tamaños. De los cuales resulta inexplicable su poca profundidad respecto de la que pudieron penetrar dichos cuerpos invasores.

"La Luna es como si realmente tuviera una capa de materia extremadamente resistente que no permitiera la penetración de meteoritos al centro del satélite. Incluso cráteres de 150 kilómetros de diámetro no superan en la Luna los 4 kilómetros de profundidad. Esta singularidad es inexplicable con las observaciones normales, donde se estima que deberían existir cráteres de por lo menos 50 kilómetros de profundidad", expresó H. P. Schmitt.

Todo lo anterior, no sólo llenó de dudas la propia misión del Apolo 17, la cual estaba llamada a ser la culminación gloriosa de la carrera espacial norteamericana. Sino también hizo replantear todos los planteamientos, conjeturas e hipótesis que tenía Nasa respecto de la Luna.


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