11 de diciembre de
1972, la nave Apolo 17 llega a la Luna. Este no solo el último alunizaje
registrado, sino también la última vez que se abandona la órbita baja
terrestre. La nave es tripulada por el comandante Eugene A. Cernan, el piloto
del módulo de mando Ronald E. Evans y el piloto del módulo lunar Harrison P.
Schmitt, todos quienes conforman la misión Apolo 17, la primera en incluir a un
científico.
Los principales
objetivos científicos incluyen: “inspección de la geología y muestreo de
materiales y características de superficie en un área preseleccionada de la
región de Taurus-Littrow; despliegue y activación de experimentos de
superficie; realización de experimentos en vuelo y tareas fotográficas durante
la órbita lunar y el vuelo transterrestre”.
Harrison P. Schmitt
obtuvo su doctorado en geología en la Universidad de Harvard en 1964. Había
trabajado para el Servicio Geológico de Estados Unidos y en la Universidad de
Harvard antes de realizar el entrenamiento de astronauta en 1965. Apolo 17 fue
su primera misión en el espacio y él, el primer astronauta-científico en pisar
la superficie de la Luna. Le acompañaba Eugene ‘Gene’ Cernan, un astronauta
veterano que había viajado por primera vez al espacio con la misión Géminis
IX-A en 1966 y que más tarde desempeñó la labor de piloto del módulo lunar en
la misión Apolo 10 en mayo de 1969, donde llegó a estar a 140 kilómetros de la
superficie lunar.
Cernan aterrizó el
módulo lunar Challenger en el valle lunar Taurus-Littrow, justo al sureste de
Mare Serenitatis, una región de importancia geológica en la Luna. Los
planificadores de la misión esperaban que la región proporcionara una gran
cantidad de datos sobre la historia de la superficie lunar. Al aterrizar, la
pareja comenzó sus propias observaciones de la superficie. Los dos astronautas
descargaron un vehículo lunar y comenzaron a desplegar instrumentos científicos
alrededor de su lugar de aterrizaje: un paquete de experimentos y explosivos
(para completar experimentos sísmicos comenzados por otras misiones Apolo en
otros lugares de la Luna). Su primera excursión en el rover produjo numerosas
muestras de roca lunar. Más tarde y ya instalados los sismografos, comienzan
con las pruebas de explosivos y se percatan que la luna puede ser hueca, es una
teoría que proviene de los datos que recogen los propios sismógrafos que se han
instalado desde la misión Apolo 12 en parte de la superficie lunar. Lo que
involucra que tras un impacto de un meteorito, la Luna tiembla (vibra, rebota),
a la misma frecuencia que una campana. Dando a entender que debe ser hueca para
producir semejante vibración.
Se produce entonces una
segunda prueba de campo, hacer despegar y luego aterrizar (alunizar) de manera
intencionada el módulo lunar sobre la superficie de la Luna. Cuando esto se
hizo, el impacto fue el equivalente a 1 Tonelada de TNT. Los propios
astronautas dijeron que la Luna resonó como una campana durante más de una
hora.
Ken Johnson (Supervisor
de los Datos y Fotografías de las misiones Apolo de la NASA) diría… “La Luna no
solo sonó como una campana, sino que toda la Luna se tambaleó de forma tan
precisa, que daba la sensación que había unos gigantescos amortiguadores
hidráulicos en su interior”.
Otro descubrimiento de
las mediciones, arrojó la increíble curvatura que posee la superficie lunar, lo
cual también resultó inexplicable. Puesto que, no es un cuerpo redondo. Los
estudios geológicos concluyeron que este satélite es prácticamente una esfera
hueca. Siendo así, al día de hoy, los científicos no logran dilucidar cómo es
que la Luna puede soportar esa extraña estructura sin romperse. Una explicación
propuesta por los científicos rusos Vasin y Sherbakov dice que, la capa de
titanio estimada es de unos 30 Km de espesor.
A lo anterior se sumó
que, la misión Apolo 17 no logró dar una explicación lógica a la inmensa
cantidad de cráteres de meteoritos que existen en la Luna. Pues, si bien, ésta
carece de atmósfera, en comparación a la Tierra, donde la gran mayoría de los
cuerpos espaciales que intentan penetrar se topan con kilómetros de atmósfera,
que terminan por desintegrar al “invasor”. La Luna no tiene tal capacidad, por
lo que guarda en su superficie las cicatrices de todos los meteoritos que
impactaron contra ella; cráteres de todos los tamaños. De los cuales resulta
inexplicable su poca profundidad respecto de la que pudieron penetrar dichos
cuerpos invasores.
"La Luna es como
si realmente tuviera una capa de materia extremadamente resistente que no
permitiera la penetración de meteoritos al centro del satélite. Incluso
cráteres de 150 kilómetros de diámetro no superan en la Luna los 4 kilómetros
de profundidad. Esta singularidad es inexplicable con las observaciones
normales, donde se estima que deberían existir cráteres de por lo menos 50
kilómetros de profundidad", expresó H. P. Schmitt.
Todo lo anterior, no
sólo llenó de dudas la propia misión del Apolo 17, la cual estaba llamada a ser
la culminación gloriosa de la carrera espacial norteamericana. Sino también
hizo replantear todos los planteamientos, conjeturas e hipótesis que tenía Nasa
respecto de la Luna.